viernes, 4 de noviembre de 2016

Enfrentamientos entre Buenos Aires y el resto del País



 Trabajo: Enfrentamiento entre las provincias y Buenos Aires.
Año: 3° “A” E.S.B: 301. Área Historia.
Actividades previas:
  • 1.  Lectura del texto y confección del glosario.
  • a. Investiga sobre la muerte de Juan Facundo Quiroga, "el Tigre de los Llanos" ¿Qué vinculación tenía con Juan Manuel de Rosas?
  • b. Explica el tipo de organización que Rosas mantuvo durante su gobierno.
  • c. ¿Qué conflictos sostenían las provincias con Buenos Aires? ¿Por qué?
  • d. Determina las acciones de La Federación con respecto a la educación, ciencia, tecnología y libertades individuales.
  • e. Rosas atrajo sectores sociales que apuntalaron su gobierno. Enumera y describe la participación de cada sector.

 La federación (1835-1852)

La muerte de Quiroga y el triunfo de Rosas aseguraban el éxito de las ideas que este último sostenía sobre la organización del país: según su opinión, las provincias debían mantenerse independientes bajo sus gobiernos locales y no debía establecerse ningún régimen que institucionalizara la nación. Y así ocurrió durante los diecisiete años que duró la hegemonía de Rosas en Buenos Aires. Hubo, sin embargo, durante ese período una singular forma de unidad, que se conoció bajo el nombre de Federación y que Rosas quiso que se considerara sagrada. Era una unidad de hecho lograda por la sumisión de los caudillos provinciales. Como encargado de las relaciones exteriores tenía Rosas un punto de apoyo para ejercer esa autoridad, pero la sustentó sobre todo en su influencia personal y en el poder de BuenosAires.
  La Federación, proclamada como el triunfo de los ideales del federalismo, aseguró una vez más la hegemonía de Buenos Aires y contuvo el desarrollo de las provincias. La presión de los comerciantes ingleses malogró la ley de aduanas de 1836 y abrió el puerto a toda clase de artículos manufacturados europeos. El puerto de Buenos Aires seguía siendo la mayor fuente de riqueza para el fisco y proporcionaba pingües beneficios tanto a los comerciantes de la ciudad como a los productores de cueros y tasajos que se preparaban en las estancias y saladeros.  De esas ventajas no participaban las provincias del interior, pese a la sumisión de los caudillos federales. Las industrias locales siguieron estranguladas por la competencia extranjera y los estancieros del litoral y del interior continuaron ahogados por la competencia de los de Buenos Aires. Cuando Rosas temió que sus precauciones no fueran suficientes, no vaciló en prohibir el paso de buque extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay. Paradójicamente la Federación extremó los términos del antiguo monopolio y acentuó el empobrecimiento de las provincias interiores aisladas por sus aduanas interprovinciales.
   Inspirada por Rosas, la Federación pretendió restaurar el orden colonial. Aunque con vacilaciones y entre mil dificultades, los gobiernos de los primeros veinticinco años de la independencia habían procurado incorporar el país a la línea de desarrollo que había desencadenado la revolución industrial en Europa y en los Estados Unidos. La  federación, en cambio, trabajó para sustraerlo a ese cambio para perpetuar las formas de vida y de actividad propias de la colonia. Desarrolló el paternalismo político, asimilando la convivencia social a las formas de vida propias de la estancia, en la que el patrón protege pero domina a sus patrones; abandonó la misión educadora del Estado prefiriendo que se encargaran de ella las órdenes religiosas; destruyó los cimientos del progreso científico y técnico; canceló las libertades  públicas e individuales identificando la voluntad de Rosas con el destino nacional; combatió todo intento de organizar jurídicamente el país, sometiéndolo de hecho, sin embargo, a la más severa   centralización. Tal fue la política de quien fué llamado "Restaurador de las leyes" aludiendo sin duda a las leyes del régimen colonial español. Esa política constituía un desafío al liberalismo y correspondía al que poco antes habían lanzado en España los partidarios de la restauración absolutista de Fernando VII. En la lucha interna era esa política un desafío a los ideales de la Revolución de Mayo.
   Los gobiernos provinciales de la Federación imitaron al de Buenos Aires, pero los frutos de esa política fueron muy distintos. La economía de Buenos Aires, montada sobre el saladero y la aduana, permitió el acrecentamiento de la riqueza; y la política de Rosas, permitió la concentración de esa riqueza entre muy pocas manos. En oposición al principio rivadaviano de no enajenar la tierra pública para permitir una progresista política colonizadora, Rosas optó por entregarla en grandes extensiones a sus allegados. Así se formó el más fuerte de los sectores que lo apoyaron, el de los estancieros y propietarios de saladeros que se enriquecían con la exportación de cueros y especialmente del tasajo que se enviaba a los Estados Unidos y el Brasil para nutrir a los esclavos de las plantaciones. Y así se constituyó, a través de la aduana porteña. La riqueza pública que permitió a Rosas ejercer una vigorosa autoridad sobre las empobrecidas provincias interiores.
   No faltaron a Rosas otros sostenes. El tráfico de cueros y tasajos beneficiaba a comerciantes ingleses y norteamericanos que, a su vez, importaban productos manufacturados y harina; y este sector, que acompañaba a los numerosos estancieros británicos dispersos por la campaña bonaerense ayudó a Rosas, entre otras maneras, suscribiendo el empréstito de cuatro millones de pesos que lanzó en su primer gobierno. Por otra parte su autoritarismo y su animadversión por las ideas liberales le atrajo el apoyo del clero y muy especialmente el de los jesuitas, a quienes concedió autorización para reabrir los establecimientos de enseñanza.

   Pero no era esto todo. Rosas había sabido atraerse la simpatía de los gauchos de la campaña bonaerense y con ellos constituyó su fuerza militar. También se atrajo a las masas suburbanas —las que Echeverría describió en El matadero— y se aproximó muy particularmente a los negros libres o esclavos que valoraban su simpatía como prenda de seguridad y de ayuda. Se sumaba, pues, al apoyo de los poderosos un fuerte apoyo popular, con el que no contaban los grupos ilustrados.
   Todo ese respaldo social no bastó, sin embargo para impedir que Rosas estableciera un estado policial. Solo la más absoluta sumisión fue tolerada. Y la fidelidad a la Federación debió demostrarse públicamente con el uso del cintillo rojo o la adopción de la moda federal. Los disidentes, en cambio, quedaron al margen de la ley y su persecución fue despiadada. La enérgica política de Rosas fue imitada por los gobernadores provincianos, y cuando alguno de ellos esbozó frente a los enemigos una actitud conciliatoria -como Heredia en 1838 o Urquiza en 11846- tuvo que deponerla ante las amenazas de Rosas.
   Dentro del ámbito provincial, Rosas desarrolló una política de reducido alcance. Siempre preocupado por las amenazas que lo asechaban, el estado policial contuvo esfuerzo de libre desarrollo en la sociedad. No faltó residencia de Palermo un círculo áulico de cierto refinamiento; allí pintó Prilidiano Pueyrredón en 1850 el  retrato de Manuelita Rosas; y allí brilló Pedro de Angelis, erudito italiano que alternó los más rigurosos estudios históricos con la literatura panfletaria en favor del régimen. Pero en general, la vida intelectual se estancó en Buenos Aires durante largos años y sólo oscuramente pudo proseguir su enseñanza hasta su muerte, en 1842, el profesor de filosofía de la universidad, Diego Alcorta. La universidad languidecía, como languidecía toda la enseñanza pública, de la que el Estado se desentendió considerando que podía ser patrimonio de la iniciativa privada y sobre todo de las  instituciones religiosas. Desde su segundo gobierno demostró Rosas su desdén por lo que Rivadavia había hecho para estimular el desarrollo científico: se abandonaron los pocos instrumentos y aparatos de investigación que había en la ciudad y se suprimieron los recursos para la enseñanza. También se suprimió la Casa de Expósitos y hasta los fondos públicos destinados a combatir la viruela.

   Sólo la actividad económica crecía, pero dentro de una inconmovible rutina y en beneficio de unos pocos. Las fortunas de los saladeristas aumentaban. Hubo algunos ganaderos ingleses que procuraron mejorar la cría y uno de ellos, Ricardo Newton, alambró por primera vez un campo para obtener ovejas mejoradas, de cuya lana comenzaba a haber gran demanda en el mercado europeo. Pero la rutina siguió predominando y la estancia siguió siendo abierto campo de cría de un ganado magro destinado al saladero y en la que prácticamente no tenía lugar la agricultura.
   Sólo por excepción se iniciaron nuevos experimentos agropecuarios. El gobernador Urquiza estimuló en Entre Ríos el mejoramiento del ganado, introdujo merinos y alambró campos. La cría de ovejas constituía el signo de una actitud renovadora en la economía argentina, porque intentaba adecuarla a nuevas posibilidades del mercado internacional. Y esa actitud renovadora se manifestó también en otros aspectos, como en el de la educación, en el que Urquiza trabajó intensamente difundiendo la enseñanza primaria y fundando colegios de estudios secundarios en Paraná y en Concepción del Uruguay. Este último habría de adquirir muy pronto sólido prestigio en todo el país.
   Ciertamente, el signo predominante de la Federación fue su resistencia a todo cambio. Por lo demás, la inquietud fue constante. Un estado latente de rebelión amenazaba virtualmente el orden establecido y cada cierto tiempo cristalizó en violentas irrupciones que extremaron los odios.
   Los movimientos de rebeldía contra la Federación surgieron como fenómenos locales y como fenómenos generalizados. En 1838 el gobernador de Corrientes, Berón de Astrada, creyó contar con la ayuda de Santa Fe para una acción contra Rosas. Pero Estanislao López murió ese mismo año y la provincia de Corrientes fue invadida por el gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, que en 1839 derrotó a Berón de Astrada en Pago Largo.
   Esos movimientos del litoral se relacionaban con la situación de la Banda Oriental, donde el presidente Oribe, adicto a Rosas, había sido derrocado por Rivera. Otros factores complicaban el problema. Francia, que buscaba nuevas áreas para su expansión,
había puesto pie en Montevideo por donde se exportaban ya grandes cantidades de tasajo. Ahora, pues, se oponía a Inglaterra, principal beneficiaria del comercio bonaerense. Una flota francesa estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires, mientras Rivera lograba derrotar a Echag La federación (1835-1852)
   De esas ventajas no participaban las provincias del interior, pese a la sumisión de los caudillos federales. Las industrias locales siguieron estranguladas por la competencia extranjera y los estancieros del litoral y del interior continuaron ahogados por la competencia de los de Buenos Aires. Cuando Rosas temió que sus precauciones no fueran suficientes, no vaciló en prohibir el paso de buque extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay. Paradójicamente la Federación extremó los términos del antiguo monopolio y acentuó el empobrecimiento de las provincias interiores aisladas por sus aduanas interprovinciales.

  1. Autor:José Luis Romero,Breve Historia de la Argentina,Editorial Brami Huemul, Cap. VII, pág. 69

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