Trabajo:
Enfrentamiento entre las provincias y Buenos Aires.
Año: 3° “A” E.S.B: 301. Área Historia.
Actividades previas:
- 1. Lectura del texto y confección del glosario.
- a. Investiga sobre la muerte de Juan Facundo Quiroga, "el Tigre de los Llanos" ¿Qué vinculación tenía con Juan Manuel de Rosas?
- b. Explica el tipo de organización que Rosas mantuvo durante su gobierno.
- c. ¿Qué conflictos sostenían las provincias con Buenos Aires? ¿Por qué?
- d. Determina las acciones de La Federación con respecto a la educación, ciencia, tecnología y libertades individuales.
- e. Rosas atrajo sectores sociales que apuntalaron su gobierno. Enumera y describe la participación de cada sector.
La federación
(1835-1852)
La muerte de Quiroga
y el triunfo de Rosas aseguraban el éxito de las ideas que este último sostenía
sobre la organización del país: según su opinión, las provincias debían
mantenerse independientes bajo sus gobiernos locales y no debía establecerse
ningún régimen que institucionalizara la nación. Y así ocurrió durante los
diecisiete años que duró la hegemonía de Rosas en Buenos Aires. Hubo, sin
embargo, durante ese período una singular forma de unidad, que se conoció bajo
el nombre de Federación y que Rosas quiso que se considerara sagrada. Era una
unidad de hecho lograda por la sumisión de los caudillos provinciales. Como
encargado de las relaciones exteriores tenía Rosas un punto de apoyo para
ejercer esa autoridad, pero la sustentó sobre todo en su influencia personal y
en el poder de BuenosAires.
La Federación, proclamada como el triunfo de
los ideales del federalismo, aseguró una vez más la hegemonía de Buenos Aires y
contuvo el desarrollo de las provincias. La presión de los comerciantes
ingleses malogró la ley de aduanas de 1836 y abrió el puerto a toda clase de
artículos manufacturados europeos. El puerto de Buenos Aires seguía siendo la
mayor fuente de riqueza para el fisco y proporcionaba pingües beneficios tanto
a los comerciantes de la ciudad como a los productores de cueros y tasajos que
se preparaban en las estancias y saladeros.
De esas ventajas no participaban las provincias del interior, pese a la
sumisión de los caudillos federales. Las industrias locales siguieron
estranguladas por la competencia extranjera y los estancieros del litoral y del
interior continuaron ahogados por la competencia de los de Buenos Aires. Cuando
Rosas temió que sus precauciones no fueran suficientes, no vaciló en prohibir
el paso de buque extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay. Paradójicamente la
Federación extremó los términos del antiguo monopolio y acentuó el
empobrecimiento de las provincias interiores aisladas por sus aduanas
interprovinciales.
Inspirada por
Rosas, la Federación pretendió restaurar el orden colonial. Aunque con vacilaciones
y entre mil dificultades, los gobiernos de los primeros veinticinco años de la
independencia habían procurado incorporar el país a la línea de desarrollo que
había desencadenado la revolución industrial en Europa y en los Estados Unidos.
La federación, en cambio, trabajó para
sustraerlo a ese cambio para perpetuar las formas de vida y de actividad
propias de la colonia. Desarrolló el paternalismo político, asimilando la
convivencia social a las formas de vida propias de la estancia, en la que el patrón
protege pero domina a sus patrones; abandonó la misión educadora del Estado
prefiriendo que se encargaran de ella las órdenes religiosas; destruyó los
cimientos del progreso científico y técnico; canceló las libertades públicas e individuales identificando la
voluntad de Rosas con el destino nacional; combatió todo intento de organizar
jurídicamente el país, sometiéndolo de hecho, sin embargo, a la más severa centralización. Tal fue la política de quien
fué llamado "Restaurador de las leyes" aludiendo sin duda a las leyes
del régimen colonial español. Esa política constituía un desafío al liberalismo
y correspondía al que poco antes habían lanzado en España los partidarios de la
restauración absolutista de Fernando VII. En la lucha interna era esa política
un desafío a los ideales de la Revolución de Mayo.
Los gobiernos
provinciales de la Federación imitaron al de Buenos Aires, pero los frutos de
esa política fueron muy distintos. La economía de Buenos Aires, montada sobre
el saladero y la aduana, permitió el acrecentamiento de la riqueza; y la
política de Rosas, permitió la concentración de esa riqueza entre muy pocas
manos. En oposición al principio rivadaviano de no enajenar la tierra pública
para permitir una progresista política colonizadora, Rosas optó por entregarla
en grandes extensiones a sus allegados. Así se formó el más fuerte de los
sectores que lo apoyaron, el de los estancieros y propietarios de saladeros que
se enriquecían con la exportación de cueros y especialmente del tasajo que se
enviaba a los Estados Unidos y el Brasil para nutrir a los esclavos de las
plantaciones. Y así se constituyó, a través de la aduana porteña. La riqueza
pública que permitió a Rosas ejercer una vigorosa autoridad sobre las
empobrecidas provincias interiores.
No faltaron a Rosas
otros sostenes. El tráfico de cueros y tasajos beneficiaba a comerciantes
ingleses y norteamericanos que, a su vez, importaban productos manufacturados y
harina; y este sector, que acompañaba a los numerosos estancieros británicos
dispersos por la campaña bonaerense ayudó a Rosas, entre otras maneras,
suscribiendo el empréstito de cuatro millones de pesos que lanzó en su primer
gobierno. Por otra parte su autoritarismo y su animadversión por las ideas
liberales le atrajo el apoyo del clero y muy especialmente el de los jesuitas,
a quienes concedió autorización para reabrir los establecimientos de enseñanza.
Pero no era esto todo. Rosas había sabido atraerse la simpatía de los gauchos de la campaña bonaerense y con ellos constituyó su fuerza militar. También se atrajo a las masas suburbanas —las que Echeverría describió en El matadero— y se aproximó muy particularmente a los negros libres o esclavos que valoraban su simpatía como prenda de seguridad y de ayuda. Se sumaba, pues, al apoyo de los poderosos un fuerte apoyo popular, con el que no contaban los grupos ilustrados.
Todo ese respaldo
social no bastó, sin embargo para impedir que Rosas estableciera un estado
policial. Solo la más absoluta sumisión fue tolerada. Y la fidelidad a la
Federación debió demostrarse públicamente con el uso del cintillo rojo o la
adopción de la moda federal. Los disidentes, en cambio, quedaron al margen de
la ley y su persecución fue despiadada. La enérgica política de Rosas fue
imitada por los gobernadores provincianos, y cuando alguno de ellos esbozó
frente a los enemigos una actitud conciliatoria -como Heredia en 1838 o Urquiza
en 11846- tuvo que deponerla ante las amenazas de Rosas.
Dentro del ámbito
provincial, Rosas desarrolló una política de reducido alcance. Siempre
preocupado por las amenazas que lo asechaban, el estado policial contuvo
esfuerzo de libre desarrollo en la sociedad. No faltó residencia de Palermo un
círculo áulico de cierto refinamiento; allí pintó Prilidiano Pueyrredón en 1850
el retrato de Manuelita Rosas; y allí
brilló Pedro de Angelis, erudito italiano que alternó los más rigurosos
estudios históricos con la literatura panfletaria en favor del régimen. Pero en
general, la vida intelectual se estancó en Buenos Aires durante largos años y
sólo oscuramente pudo proseguir su enseñanza hasta su muerte, en 1842, el
profesor de filosofía de la universidad, Diego Alcorta. La universidad
languidecía, como languidecía toda la enseñanza pública, de la que el Estado se
desentendió considerando que podía ser patrimonio de la iniciativa privada y
sobre todo de las instituciones
religiosas. Desde su segundo gobierno demostró Rosas su desdén por lo que
Rivadavia había hecho para estimular el desarrollo científico: se abandonaron
los pocos instrumentos y aparatos de investigación que había en la ciudad y se
suprimieron los recursos para la enseñanza. También se suprimió la Casa de
Expósitos y hasta los fondos públicos destinados a combatir la viruela.
Sólo la actividad económica crecía, pero dentro de una inconmovible rutina y en beneficio de unos pocos. Las fortunas de los saladeristas aumentaban. Hubo algunos ganaderos ingleses que procuraron mejorar la cría y uno de ellos, Ricardo Newton, alambró por primera vez un campo para obtener ovejas mejoradas, de cuya lana comenzaba a haber gran demanda en el mercado europeo. Pero la rutina siguió predominando y la estancia siguió siendo abierto campo de cría de un ganado magro destinado al saladero y en la que prácticamente no tenía lugar la agricultura.
Sólo por excepción
se iniciaron nuevos experimentos agropecuarios. El gobernador Urquiza estimuló
en Entre Ríos el mejoramiento del ganado, introdujo merinos y alambró campos.
La cría de ovejas constituía el signo de una actitud renovadora en la economía
argentina, porque intentaba adecuarla a nuevas posibilidades del mercado
internacional. Y esa actitud renovadora se manifestó también en otros aspectos,
como en el de la educación, en el que Urquiza trabajó intensamente difundiendo
la enseñanza primaria y fundando colegios de estudios secundarios en Paraná y
en Concepción del Uruguay. Este último habría de adquirir muy pronto sólido
prestigio en todo el país.
Ciertamente, el
signo predominante de la Federación fue su resistencia a todo cambio. Por lo
demás, la inquietud fue constante. Un estado latente de rebelión amenazaba
virtualmente el orden establecido y cada cierto tiempo cristalizó en violentas
irrupciones que extremaron los odios.
Los movimientos de
rebeldía contra la Federación surgieron como fenómenos locales y como fenómenos
generalizados. En 1838 el gobernador de Corrientes, Berón de Astrada, creyó
contar con la ayuda de Santa Fe para una acción contra Rosas. Pero Estanislao
López murió ese mismo año y la provincia de Corrientes fue invadida por el
gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, que en 1839 derrotó a Berón de
Astrada en Pago Largo.
Esos movimientos
del litoral se relacionaban con la situación de la Banda Oriental, donde el
presidente Oribe, adicto a Rosas, había sido derrocado por Rivera. Otros
factores complicaban el problema. Francia, que buscaba nuevas áreas para su
expansión,
había puesto pie en Montevideo por donde se exportaban ya grandes cantidades de tasajo. Ahora, pues, se oponía a Inglaterra, principal beneficiaria del comercio bonaerense. Una flota francesa estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires, mientras Rivera lograba derrotar a Echag La federación (1835-1852)
había puesto pie en Montevideo por donde se exportaban ya grandes cantidades de tasajo. Ahora, pues, se oponía a Inglaterra, principal beneficiaria del comercio bonaerense. Una flota francesa estableció el bloqueo del puerto de Buenos Aires, mientras Rivera lograba derrotar a Echag La federación (1835-1852)
De esas ventajas no
participaban las provincias del interior, pese a la sumisión de los caudillos
federales. Las industrias locales siguieron estranguladas por la competencia
extranjera y los estancieros del litoral y del interior continuaron ahogados
por la competencia de los de Buenos Aires. Cuando Rosas temió que sus
precauciones no fueran suficientes, no vaciló en prohibir el paso de buque
extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay. Paradójicamente la Federación
extremó los términos del antiguo monopolio y acentuó el empobrecimiento de las
provincias interiores aisladas por sus aduanas interprovinciales.
- Autor:José Luis Romero,Breve Historia de la Argentina,Editorial Brami Huemul, Cap. VII, pág. 69